martes, 16 de octubre de 2012

El otoño de Simone

Siempre que llega el otoño, Simone se dispone a hacer limpieza: hay que revisar todas las cosas guardadas del año anterior y comprobar si algunas de ellas le servirán para el invierno. Pero este otoño Simone no tiene especiales ganas de limpiar.

El verano ha sido largo y placentero. Ha traído muchos frutos y todavía, debido al buen tiempo del primer mes del otoño, Simone se encuentra con algún que otro fruto mas propio del verano y bueno, en lugar de ponerse a limpiar, se lo come, aunque no sin algo de remordimiento. Piensa que quizás disfrutando de los tardíos melocotones lo que está haciendo es retrasar la dura tarea que le espera y piensa también que si no la hace, vivirá otro otoño más con ese peso. 

Se cree Simone sin ganas de otoño, sin ganas de cambios, sin ganas de revisiones. Se cree Simone apegada al verano, a su abundancia y a sus placeres. Pero los melocotones que quedan, aunque están buenos, ya no son lo mismo. Así es como, aburrida de llevar meses comiendo lo mismo, comienza Simone a recoger granadas y chirimoyas, a abrirlas y desmenuzarlas, a sacar cada fruto de su interior y a comérselos disfrutando de cada grano nuevo en su boca.

Sin darse cuenta entre uvas, manzanas, mangos y algún que otro melocotón, Simone le ha abierto la puerta al otoño que ha llegado suavemente disfrazado de primavera y le ha dejando entrar en su cuerpo a través de sus frutos. Ahora ya no hay marcha atrás. Sólo queda la opción de arroparlo y ponerse a trabajar en la gran tarea que le espera: enfrentarse al apego que siente por antiguas partes suyas que no la dejan avanzar y caminar, ligera y con el equipaje justo, hacia sí misma. 


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