martes, 16 de octubre de 2012

Los nudos de Simone

Simone tiene su casa llena de nudos. Algunos son muy antiguos, tantos como ella, o puede que incluso más; otros son muy nuevos, tan nuevos, modernos y coloridos que casi no parecen nudos.  

Muchos de estos nudos aparecen en su casa, de pronto, sin saber Simone cómo han llegado hasta la puerta del frigorífico, la bañera o los cables de su ordenador.  Otros, sin embargo, han sido creados por ella sin darse cuenta, lentamente, un poquito cada día a la vez que hacía otras cosas, entre las comidas, mientras paseaba o se duchaba. Dos o tres, los más antiguos y los que más le cuesta ponerse a deshacer, son heredados.

Simone se encuentra los nudos por todas partes: en el frigorífico, en el estante de los dulces, en algunos libros, películas y cds de música, pantalones y camisetas, algunos calcetines, fotos, dentro de algún bolso, sueltos por la alfombra (estos son muy traviesos y se van cambiando de sitio para hacer que Simone se tropiece con ellos), en el teléfono o en los billetes de su monedero.

Algunos de los nudos de Simone, en ocasiones, se hacen dentro de otros objetos y ella no puede verlos. Cuando se crean dentro de la comida, pasa que Simone acaba comiéndoselos y el nudo termina atascando alguna parte de su cuerpo, casi siempre el intestino grueso o la garganta.  En el primer caso Simone ya tiene claro lo que debe hacer para desatascarlo: se toma alguno de los remedios de su abuela y se pone en cuclillas sobre el váter dispuesta a vaciarse. En el segundo caso, Simone todavía no ha encontrado un remedio tan infalible, así que no le queda más que esperar y esperar a que el nudo se desgaste y acabe rompiéndose por sí solo. A veces, cuando le aprieta mucho y se convierte en una dura nuez que casi le impide tragar, Simone se pone a cantar desafinando mucho, mucho, mucho. Piensa que así, con el bailoteo, las cuerdas vocales lo rozarán tanto que éste acabará deshaciéndose.

Cuando Simone se encuentra un nudo nuevo, siente una especie de tristeza, una tristeza leve, sutil y veloz. Pero esta tristeza no llega a hacerse del todo presente. Simone no la siente instalarse en ella sino que es como si pasara tan rápido que sólo permaneciera su perfume durante unos escasos instantes. Después, cuando ya no queda ni su olor, Simone siente durante el rastro de un segundo como si su piel fuera lo único de ella que existiera y por dentro estuviera toda llena de nada.

A algunos nudos, los más antiguos, Simone está acostumbrada. Ha intentado varias veces deshacerlos pero le cuesta mucho trabajo, están tan apretados y tan duros que no puede ni con las manos ni con las tijeras. Por eso tiene que estar Simone muy fuerte y segura para tan solo plantearse enfrentarse a ellos. A los menos antiguos no está tan acostumbrada pero sí lo está al hecho de que aparezcan y desaparezcan de su vida. A estos Simone sí se siente capaz de enfrentarse más a menudo, aunque no tanto como le gustaría porque en el fondo, aunque los vea ir y venir y conviva con ellos, Simone les teme: sabe que detrás de ellos sólo existe ese vacío que la atrapa cuando se disipa el olor de la tristeza. Sus nudos son trocitos de realidad que le recuerdan lo que ella más teme. Es por eso que todavía le cuesta mucho coger las tijeras para acabar con ellos directamente y sin miramientos.

Simone aún no se atreve a enfrentarse a todos aunque sí intenta, al menos, poquito a poco y sin que ellos lo noten, ir, con mucha delicadeza, aflojándolos por los lados.  

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