martes, 16 de octubre de 2012

Simone en el circo

Un día Simone fue al circo. A Simone no le gustan demasiado los domadores ni los payasos con la cara pintada pero fue al circo porque le encantan los malabaristas y las trapecistas, sobre todo las que se cuelgan y hacen piruetas de una tela.

La función va a comenzar. Simone se acomoda y se dispone a disfrutar del espectáculo justo cuando del centro del telón comienzan a salir los artistas. Simone se fija bien en el primero y se lleva una sorpresa: en este circo los artistas van sin disfraces, sin maquillaje, sin gorros, plumas ni lentejuelas... van vestidos como quieren y por eso, a pesar de estar lejos del público, se les puede ver a cada uno de ellos tal y como son. En su entrada al escenario se puede distinguir quién es quién en este circo en el que, en apariencia, todos son iguales: el maestro de ceremonias con su seguridad y determinación dirigiendo el desfile, el payaso torpe con su caminar mirando al cielo seguido por el listo que arquea la ceja cuando sonríe, después el trapecista que camina con pasos cortos a una velocidad más rápida que los demás para no quedarse atrás, la contorsionista con el culo casi pegado a la cabeza, la bailarina que cada tres pasos hace una pirueta, el funambulista que camina hacia atrás, el mago con un caminar tranquilo y con los hombros rectos sobre los que parece llevar una capa invisible... los ve a todos y a cada uno de ellos. Y ellos se muestran, sin disfraces, para todo su público.  

En un momento Simone se da cuenta de que lleva el desfile entero aplaudiendo con todas sus fuerzas. Se siente niña emocionada ante las maravillas que están a punto de suceder. Las manos le pican y las tiene rojas pero le da igual, sigue aplaudiendo y dando saltos en su asiento. Se muere de ganas de ver todo lo que cada uno de esos artistas tiene para ofrecerle y también, por qué no, de estar entre ellos.

En algo que parece una travesura el payaso listo sale del escenario y se dirige al público. Se acerca a una chica de las primeras filas y la invita a desfilar con ellos. Cuando comienza a caminar Simone se sorprende porque ella también parece una artista más. Mueve las manos hacia arriba y abajo como si tirara algo y entonces Simone cae en la cuenta de que es la malabarista que camina a la vez que lanza las mazas al cielo. Y justo detrás de ella va otra persona del público. Es el forzudo, con algo más de ropa de lo habitual pero con su inconfundible andar pausado y el girar de todo el tronco de un lado para otro al saludar.

Simone quiere seguir mirando y disfrutando del desfile pero parece que le ha llegado su turno de gloria. A ella le gustaría salir al escenario dando volteretas y haciendo piruetas en el aire pero, como no sabe hacerlo, sale haciendo lo que sabe: dando grandes zancadas y alguna que otra vuelta sobre sí misma, con los brazos abiertos, sonriendo, dándose a todo el público.

En su desfile Simone se siente volar, sin límites y a la vez protegida, como si estuviera en el aire y todos sus compañeros debajo velando por ella, sujetando la red; como si fuera una de esas trapecistas que se cuelgan del cielo con una tela y allí, sin ser molestadas por el tiempo, danzan, juegan y se ríen con la vida.

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