Un día Simone fue al circo. A Simone no le gustan demasiado los
domadores ni los payasos con la cara pintada pero fue al circo porque le
encantan los malabaristas y las trapecistas, sobre todo las que se cuelgan y
hacen piruetas de una tela.
La función va a comenzar. Simone se acomoda y se dispone a disfrutar
del espectáculo justo cuando del centro del telón comienzan a salir los
artistas. Simone se fija bien en el primero y se lleva una sorpresa: en este
circo los artistas van sin disfraces, sin maquillaje, sin gorros, plumas ni lentejuelas...
van vestidos como quieren y por eso, a pesar de estar lejos del público, se les
puede ver a cada uno de ellos tal y como son. En su entrada al escenario se
puede distinguir quién es quién en este circo en el que, en apariencia, todos
son iguales: el maestro de ceremonias con su seguridad y determinación
dirigiendo el desfile, el payaso torpe con su caminar mirando al cielo seguido
por el listo que arquea la ceja cuando sonríe, después el trapecista que camina
con pasos cortos a una velocidad más rápida que los demás para no quedarse
atrás, la contorsionista con el culo casi pegado a la cabeza, la bailarina que
cada tres pasos hace una pirueta, el funambulista que camina hacia atrás, el
mago con un caminar tranquilo y con los hombros rectos sobre los que parece
llevar una capa invisible... los ve a todos y a cada uno de ellos. Y ellos se
muestran, sin disfraces, para todo su público.
En un momento Simone se da cuenta de que lleva el desfile entero
aplaudiendo con todas sus fuerzas. Se siente niña emocionada ante las
maravillas que están a punto de suceder. Las manos le pican y las tiene rojas
pero le da igual, sigue aplaudiendo y dando saltos en su asiento. Se muere de
ganas de ver todo lo que cada uno de esos artistas tiene para ofrecerle y también,
por qué no, de estar entre ellos.
En algo que parece una travesura el payaso listo sale del escenario y
se dirige al público. Se acerca a una chica de las primeras filas y la invita a
desfilar con ellos. Cuando comienza a caminar Simone se sorprende porque ella
también parece una artista más. Mueve las manos hacia arriba y abajo como si
tirara algo y entonces Simone cae en la cuenta de que es la malabarista que
camina a la vez que lanza las mazas al cielo. Y justo detrás de ella va otra
persona del público. Es el forzudo, con algo más de ropa de lo habitual pero
con su inconfundible andar pausado y el girar de todo el tronco de un lado para
otro al saludar.
Simone quiere seguir mirando y disfrutando del desfile pero parece que
le ha llegado su turno de gloria. A ella le gustaría salir al escenario dando
volteretas y haciendo piruetas en el aire pero, como no sabe hacerlo, sale
haciendo lo que sabe: dando grandes zancadas y alguna que otra vuelta sobre sí
misma, con los brazos abiertos, sonriendo, dándose a todo el público.
En su desfile Simone se siente volar, sin límites y a la vez protegida, como si estuviera en el aire y todos sus compañeros debajo velando por ella,
sujetando la red; como si fuera una de esas trapecistas que se cuelgan del
cielo con una tela y allí, sin ser molestadas por el tiempo, danzan, juegan y se ríen
con la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario