Simone nunca le había dado importancia a su hipo mañanero hasta que empezó a visitarla a deshoras. Ya no lo tiene solo después de desayunar. Ahora puede aparecer en cualquier momento del día y no son sólo tres aspiraciones sino que tarda muchos, demasiados minutos en irse. Simone ha probado todos los remedios populares que conoce: aguantar la respiración diez segundos; pedirles a sus amigos que le den un susto (sin que ella lo espere, claro); beber agua cabeza abajo, pero nada. Nada de esto le funciona. Lo único que parece tener resultado es la paciencia, pero ya cada vez le queda menos. Por eso ha decidido ir al médico.
Al entrar en la consulta se da cuenta de que el médico que la atiende no es el mismo de siempre. Simone no recuerda la última vez que estuvo enferma, pero sabe que la cara del hombre que tiene delante en bata blanca no le suena de nada. Lo saluda muy amablemente mientras él le ofrece sentarse.
Rápidamente
le pregunta el motivo de su visita. Simone reconoce tras el mismo idioma un acento
de otros mares, de otros aires. Sin saber porqué, esto le gusta.
Simone
le explica lo que le sucede y él le pregunta a continuación cómo lleva el paso
del tiempo. Simone no entiende nada. Le gustaría atreverse a preguntarle por
qué le hace esa pregunta, pero Simone no sabe que no necesita hablar con
palabras para que él la oiga. Entonces el médico de otros aires le explica la
función del hipo y le hace ver que si su cuerpo lo genera es porque ella, de
alguna manera, necesita parar el tiempo, que es lo mismo que hace su cuerpo con
la respiración gracias al hipo.
A pesar
de que Simone se muestra totalmente desconcertada, el médico puede ver que su
cuerpo comprende perfectamente. Ojalá todos los pacientes fueran como ella,
piensa, mientras observa cómo los ojos de Simone le agradecen, sin que ella aún
sea consciente, que haya descubierto el secreto que le corta la respiración.
La
prescripción es clara: ir a ver la puesta de sol todos los días durante un mes.
Allí, sobre el monte más alto de la ciudad no le será difícil disfrutar de la
belleza del paso del tiempo. Cuando pudiera aguantar tanta hermosura pasaría a
la siguiente fase del tratamiento: sentir la plenitud del vacío en la mirada de
un ser querido.
A las
cosas bellas es difícil tenerles miedo. Puede que otras personas sí se lo
tengan, pero el médico estaba seguro de que Simone no era así. Los otros aires
de los que procedía se lo susurraron mientras Simone se enjugaba las lágrimas.
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