martes, 13 de noviembre de 2012

El hipo de Simone

Hace tiempo que Simone sufre hipo después de desayunar. Al terminar el último sorbo del chocolate caliente Simone tiene tres fuertes e inesperadas aspiraciones. Todo es muy rápido e impulsivo y aunque sabe que es una costumbre de su cuerpo, el hipo siempre la coge por sorpresa. 
 
Simone nunca le había dado importancia a su hipo mañanero hasta que empezó a visitarla a deshoras. Ya no lo tiene solo después de desayunar. Ahora puede aparecer en cualquier momento del día y no son sólo tres aspiraciones sino que tarda muchos, demasiados minutos en irse. Simone ha probado todos los remedios populares que conoce: aguantar la respiración diez segundos; pedirles a sus amigos que  le den un susto (sin que ella lo espere, claro); beber agua cabeza abajo, pero nada. Nada de esto le funciona. Lo único que parece tener resultado es la paciencia, pero ya cada vez le queda menos. Por eso ha decidido ir al médico.

Al entrar en la consulta se da cuenta de que el médico que la atiende no es el mismo de siempre. Simone no recuerda la última vez que estuvo enferma, pero sabe que la cara del hombre que tiene delante en bata blanca no le suena de nada. Lo saluda muy amablemente mientras él le ofrece sentarse. 
 
Rápidamente le pregunta el motivo de su visita. Simone reconoce tras el mismo idioma un acento de otros mares, de otros aires. Sin saber porqué, esto le gusta. 

Simone le explica lo que le sucede y él le pregunta a continuación cómo lleva el paso del tiempo. Simone no entiende nada. Le gustaría atreverse a preguntarle por qué le hace esa pregunta, pero Simone no sabe que no necesita hablar con palabras para que él la oiga. Entonces el médico de otros aires le explica la función del hipo y le hace ver que si su cuerpo lo genera es porque ella, de alguna manera, necesita parar el tiempo, que es lo mismo que hace su cuerpo con la respiración gracias al hipo.  

A pesar de que Simone se muestra totalmente desconcertada, el médico puede ver que su cuerpo comprende perfectamente. Ojalá todos los pacientes fueran como ella, piensa, mientras observa cómo los ojos de Simone le agradecen, sin que ella aún sea consciente, que haya descubierto el secreto que le corta la respiración. 

La prescripción es clara: ir a ver la puesta de sol todos los días durante un mes. Allí, sobre el monte más alto de la ciudad no le será difícil disfrutar de la belleza del paso del tiempo. Cuando pudiera aguantar tanta hermosura pasaría a la siguiente fase del tratamiento: sentir la plenitud del vacío en la mirada de un ser querido. 

A las cosas bellas es difícil tenerles miedo. Puede que otras personas sí se lo tengan, pero el médico estaba seguro de que Simone no era así. Los otros aires de los que procedía se lo susurraron mientras Simone se enjugaba las lágrimas.

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